Desde el inicio de la crisis, muchas empresas españolas han optado por lanzarse al mercado exterior en busca de nuevos clientes, animadas en gran parte por los bajos niveles de demanda interna que caracterizaban a nuestro país.
Pero tomar la decisión no resulta fácil, ya que se hace imprescindible planificar el cuándo, el dónde y el cómo se hará la internacionalización de la compañía. Será en este último punto en el que precisamente nos centraremos.
A la hora de asentar nuestra compañía en otro país contamos con múltiples opciones. Una empresa puede elegir crear una filial en el lugar de destino, una nueva entidad mercantil autónoma y totalmente independiente a la compañía española y que está sometida a las normas societarias, fiscales y contables del país de destino. En una filial será la empresa madre – también llamada matriz- la que tendrá la mayor parte de las acciones de dicha compañía.
Una empresa también puede decidir crear una sucursal en el nuevo mercado, una especie de delegación que tiene la empresa en dicha lugar y que carece de personalidad jurídica propia. O instaurar directamente una sociedad anónima europea, que sirve para instaurarse en cualquier país de la Unión Europea con tan solo cambiar de domicilio social y sin necesidad de crear una nueva sociedad. Aunque ésta última resulta algo cambia: 120.000 euros de capital social.
En España, las empresas parecen optar por la filial. Según los últimos datos disponibles del Instituto Nacional de Estadística, en el exterior hay unas 4.760 filiales españolas.